“DISCIPULADO, MARTIRIO Y GOZO”

Dom 26/06/2016 | Archivo

En el texto del Evangelio (Lc.9, 51-62), nos presenta a Jesús camino a Jerusalén para celebrar su Pascua y las exigencias para aquellos que quieran seguirlo y ser discípulos
En esta carta dominical quiero reflexionar sobre el discipulado desde el texto del evangelio. Es habitual la tentación de pensar en un cristianismo sin cristo, y sin cruz pascual. Esto en general está causado por la incomprensión de nuestra condición de discípulos de Jesucristo. Todos los bautizados estamos llamados a ser discípulos. El sacramento del bautismo, forma parte de una práctica habitual de los cristianos. Es un acontecimiento incorporado en nuestra religiosidad. Pero también es cierto, que no hemos asumido suficientemente este camino de discipulado y de una formación, que es indispensable, para vivir con un compromiso de fe nuestra vida cristiana. Ese discipulado del cristianismo, no se refiere, en primer lugar, al seguimiento de una doctrina, no es una teología-teoría del mundo o una teoría desde los pobres, su ángulo, para mirar la realidad no son un conjunto de normas morales. Tampoco ser cristiano es la realización de algunas prácticas de piedad o el cumplimiento de algunos rituales. El discipulado implica el seguimiento o adhesión a la persona de Jesucristo. En esto el cristianismo se distancia de las otras religiones. La vinculación a la persona de Jesús no es por un tiempo o bajo un aspecto determinado. El discípulo que sigue a Jesús se encuentra con la necesidad de asumir sus enseñanzas. Desde El, nosotros nos comprometemos con una doctrina, aquello que Él nos reveló, hacemos una opción preferencial por los pobres y marginados, y solo desde Él tienen sentido nuestras prácticas de piedad. Estas enseñanzas son liberadoras y nos regalan “la vida”, pero también hay que decir que son exigentes e implican un seguimiento que tiene que ver con la cruz. Por eso en el texto de hoy, Jesús ante alguien que expresa su deseo de seguirlo: “Te seguiré adonde vayas!” (Lc. 9,57), le advierte que Él, que es “el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc. 9,58). Y más adelante dice: “el que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc. 9,62). Quizá nos venga bien preguntarnos: ¿podemos vivir este discipulado de Jesucristo, en medio de un mundo tan complejo y donde las ofertas parecen ser tan diferentes a la propuesta cristiana? Desde ya que debemos reconocer que es difícil. Uno de los principales males viene por el lado del “secularismo”, la indiferencia y el individualismo religioso. Pero también, lamentablemente, hay propuestas religiosas que son consumistas y entusiasman temporalmente a algunos y después los dejan peor que antes. Aunque difícil, sabemos que es posible vivir nuestra condición de cristianos porque Dios nos ayuda con su gracia. Seguramente, en quienes podemos encontrar las mejores respuestas es en el testimonio de tantos mártires y santos del pasado y de nuestro tiempo. La carta del apóstol San Pablo que leemos este domingo nos dice: “yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios” (Gal 5,16). La humildad y el sabernos necesitados, nos abre las puertas a Dios y nos permite construir sobre roca. Por el contrario, la autosuficiencia nos hace perder la condición de discípulos y nos hace inconsistentes y perecederos. La semana anterior hemos vivido con gozo el congreso Eucarístico Nacional en Tucumán. Jesucristo, el Señor de la Historia, presente en la Eucaristía fue el centro de toda la celebración. Desde Tucumán rezamos por nuestra Patria, en el bicentenario de la Independencia. Más de 200.000 personas y 30.000 congresistas oramos, reflexionamos y nos animamos para renovar nuestro compromiso cristiano de ser Discípulos y Misioneros, una Iglesia en salida y más Samaritana. No queremos tener un mero entusiasmo pasajero, sino que adquirimos la certeza que nuestra esperanza es “pascual”. La “vida” del cristiano, para que sea Pascual y redentora, requiere de la cruz, y martirios que no necesitamos buscarlos, sino que en general aparecen en el camino tanto personal, como eclesial. Podemos decir que siempre hay una dimensión martirial en el discipulado cristiano, que nos lleva a poder vivir con gozo, con mucho gozo, la experiencia del Cristo resucitado, y nuestra condición de hijos e hijas de Dios. Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez Obispo de Posadas

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